Altura: 1,68 cm. Peso: 52 kilos. Parecen unas medidas ideales, por
las que cualquier mujer firmaría. Pero tan bonita figura puede suponer
tener un embarazo de riesgo, con la necesidad de más control ginecológico y tomar precauciones en el parto, como ha señalado recientemente un estudio del Hospital Universitario Virgen de las Nieves de Granada difundido por la agencia SINC.
El trabajo pone el foco de atención en la parte menos conocida de la influencia del peso en la fertilidad. Mientras que son muchos los estudios epidemiológicos que a lo largo de los años han demostrado que las mujeres con sobrepeso y obesidad tienen peores embarazos y dan a luz a niños con un mayor riesgo de mortalidad perinatal, acidosis o macrosomía fetal, es realmente desconocido el efecto de un IMC por debajo de 18,5 en mujeres gestantes.
Para estudiar sus efectos, el equipo dirigido por Sebastián Manzanares analizó el embarazo de 3.016 mujeres, analizando su peso en la primera visita al ginecólogo tras el embarazo: el 86,1% tenía un peso normal, el 8,3% obesidad y el 5,5% delgadez extrema. Curiosamente, como describen en su artículo en 'The Journal of Maternal-Fetal and Neonatal Medicine', las mujeres más delgadas eran de media significativamente más jóvenes que las que presentaban un peso normal u obesidad, entre cuyas edades no había diferencia.
La mayor sorpresa en las más delgadas viene dada por una complicación de nombre imposible, los oligohidramnios, que indica una reducción del líquido amniótico en la recta final del embarazo. "Cuando la mujer está muy delgada suele ser porque come poco, por lo que el feto se alimenta poco dentro de útero y orina menos. Puesto que el líquido amniótico está constituido esencialmente por la orina del feto, es lógico que éste vaya disminuyendo", explica Manzanares a ELMUNDO.es.
Los oligohidramnios son un factor de riesgo en el embarazo y tienen una prevalencia en la población normal de alrededor del 3%. En la población analizada por el equipo de Manzanares, se observaron en el 3,6% de las mujeres con peso normal, el 4,4% de las obesas y el 8,3% de las excesivamente delgadas. Según la literatura médica, las mujeres con embarazos con oligohidramnios tienen más riesgo de dar a luz fetos muertos, más riesgo de que el bebé tenga que ser ingresado en la UCI y otras complicaciones.
Para Manzanares, lo que esto significa se resumen en una frase: "Lo que hay que saber es que con una mujer extremadamente delgada nos movemos con factores de riesgo". Por lo tanto, señala el ginecólogo, es fundamental establecer un "protocolo de control y vigilancia".
Esto se traduce, en primer lugar, en que hay que cambiar el régimen de vigilancia. Mientras que lo habitual en la sanidad pública, explica este especialista, es prácticamente una visita por trimestre y una última cuando se cumple la fecha prevista de parto, en el caso de las mujeres muy delgadas "habría que intercalar un par de visitas más, sobre todo en la recta final del embarazo, para vigilar el crecimiento del feto".
En segundo lugar, hay que hacer mucho hincapié en que estas mujeres sigan una dieta adecuada, que implica no bajar nunca de las 1.500 calorías, algo que puede no ser fácil para una persona con un IMC menor de 18,5. "Hemos de insistir, sobre todo, en que la alimentación sea variada y recomendar también suplementos vitamínicos y hierro", especifica el ginecólogo del Virgen de las Nieves.
Por último, los autores insisten en su estudio en que los ginecólogos han de concienciarse de la importancia de calcular el IMC de toda mujer embarazada o, lo que es lo mismo, no dejar que una bonita figura haga pasar por alto un factor de riesgo.
El trabajo pone el foco de atención en la parte menos conocida de la influencia del peso en la fertilidad. Mientras que son muchos los estudios epidemiológicos que a lo largo de los años han demostrado que las mujeres con sobrepeso y obesidad tienen peores embarazos y dan a luz a niños con un mayor riesgo de mortalidad perinatal, acidosis o macrosomía fetal, es realmente desconocido el efecto de un IMC por debajo de 18,5 en mujeres gestantes.
Para estudiar sus efectos, el equipo dirigido por Sebastián Manzanares analizó el embarazo de 3.016 mujeres, analizando su peso en la primera visita al ginecólogo tras el embarazo: el 86,1% tenía un peso normal, el 8,3% obesidad y el 5,5% delgadez extrema. Curiosamente, como describen en su artículo en 'The Journal of Maternal-Fetal and Neonatal Medicine', las mujeres más delgadas eran de media significativamente más jóvenes que las que presentaban un peso normal u obesidad, entre cuyas edades no había diferencia.
La mayor sorpresa en las más delgadas viene dada por una complicación de nombre imposible, los oligohidramnios, que indica una reducción del líquido amniótico en la recta final del embarazo. "Cuando la mujer está muy delgada suele ser porque come poco, por lo que el feto se alimenta poco dentro de útero y orina menos. Puesto que el líquido amniótico está constituido esencialmente por la orina del feto, es lógico que éste vaya disminuyendo", explica Manzanares a ELMUNDO.es.
Los oligohidramnios son un factor de riesgo en el embarazo y tienen una prevalencia en la población normal de alrededor del 3%. En la población analizada por el equipo de Manzanares, se observaron en el 3,6% de las mujeres con peso normal, el 4,4% de las obesas y el 8,3% de las excesivamente delgadas. Según la literatura médica, las mujeres con embarazos con oligohidramnios tienen más riesgo de dar a luz fetos muertos, más riesgo de que el bebé tenga que ser ingresado en la UCI y otras complicaciones.
Para Manzanares, lo que esto significa se resumen en una frase: "Lo que hay que saber es que con una mujer extremadamente delgada nos movemos con factores de riesgo". Por lo tanto, señala el ginecólogo, es fundamental establecer un "protocolo de control y vigilancia".
Esto se traduce, en primer lugar, en que hay que cambiar el régimen de vigilancia. Mientras que lo habitual en la sanidad pública, explica este especialista, es prácticamente una visita por trimestre y una última cuando se cumple la fecha prevista de parto, en el caso de las mujeres muy delgadas "habría que intercalar un par de visitas más, sobre todo en la recta final del embarazo, para vigilar el crecimiento del feto".
En segundo lugar, hay que hacer mucho hincapié en que estas mujeres sigan una dieta adecuada, que implica no bajar nunca de las 1.500 calorías, algo que puede no ser fácil para una persona con un IMC menor de 18,5. "Hemos de insistir, sobre todo, en que la alimentación sea variada y recomendar también suplementos vitamínicos y hierro", especifica el ginecólogo del Virgen de las Nieves.
Por último, los autores insisten en su estudio en que los ginecólogos han de concienciarse de la importancia de calcular el IMC de toda mujer embarazada o, lo que es lo mismo, no dejar que una bonita figura haga pasar por alto un factor de riesgo.